"Comí de árboles prohibidos,
no
una ni dos sino cientos
de
veces acabe rendido,
o victorioso, según la batalla,
en brazos de lo más querido"
Hablaba sin parar,
con entusiasmo, mientras yo escuchaba.
En el equipo de
música del coche sonaban las Suite para cello de Bach
Me contó que
había estado casada durante diez años y llevaba tres divorciada. Había
trabajado como consultora para empresas en un negocio que montó con dos amigos
y compañeros de carrera.
Le fue muy bien. Ganó dinero. El
suficiente como para no preocuparse por trabajar en unos años. Pocos meses antes de su
divorcio decidió venderles su parte ya que era incapaz de centrase en su trabajo.
Su matrimonio llevaba muerto unos años, en el fondo estaba quemada, ya no le
llenaba hacer lo que hacía y necesitaba cambiar.
Conducía bien,
muy bien y le gustaba la velocidad. Por suerte no quitaba la vista de la
autopista, que conocía a la perfección.
En una
bifurcación, tomamos dirección Valencia y empezamos a pasar las salidas de las
poblaciones costeras.
Yo conocía la
zona, había estado alguna vez de vacaciones.
-
Ya falta poco – me dijo
-
No hay problema, no estoy cansado.
Por cierto, ¿Dónde vamos?
-
No seas impaciente lo verás enseguida
Tomamos la salida
que llevaba a Torredembarra y seguimos unos kilómetros por una carretera
comarcal hasta llegar al destino.
Altafulla esta
situada encima de una pequeña montaña y
se extendía por una de sus laderas hasta el mar. La conocía. Había
estado varias veces y me encantaba
La cicatriz en
forma de carretera dividía la villa en
dos
Verónica tomó la
opción que llevaba hacia el mar.
Aparcó en una
calle paralela al paseo marítimo, cogimos las bolsas y me llevó a una de las
casas de dos plantas que dan al paseo.
Había anochecido,
el pueblo estaba desierto, al menos en esa zona y un manto de estrellas iluminaba la bóveda celeste. La temperatura
era muy agradable, aunque al entrar en la casa, se notaba la sensación de frío
que acompaña a la humedad. Era una casa antigua, de paredes de piedra, heredada
de su madre.
Me indicó uno de
los dormitorios, en la planta superior, para que me instalase.
Mientras sacaba
de la bolsa el escaso equipaje que llevaba, me seguía preguntando que estábamos haciendo allí.
Me enseñó rápidamente
la casa. No era muy grande. En la planta baja, había una pequeña cocina y un salón
con chimenea.
Siempre me gustaron las chimeneas en las casas, supongo que por
reminiscencias del pasado, el crepitar de la madera ardiendo, el aroma a leña
quemada y el propio fuego producían en mi un efecto hipnótico, relajante, era
capaz de estar horas contemplando esa imagen.
La
planta superior tenía los dormitorios. Dos
de ellos, los que íbamos a ocupar Verónica y yo, tenían una pequeña terraza común que daba al
paseo.
En un rincón de
mi dormitorio, entre dos paredes, había
una araña de dimensiones considerables. Era normal teniendo en cuenta que ese tipo de viviendas se habitaban pocos días al año.
Me asusté, parecía de risa, pero a mis cincuenta
años no había conseguido dominar mi aracnofobia, ni evitar la poderosa atracción que ejercían sobre mi. No quise matarla y, con cuidado, la saqué al
balcón de la terraza.
En el último mes
había soñado varias veces con arañas.
Me
despertaba con la respiración agitada y sudando por el pánico vivido en el
sueño.
Sentí curiosidad por las repeticiones del sueño, aunque ni el
propio sueño ni las arañas eran iguales y busqué en Google su significado.
Uno
de los que encontré decía:
“Las arañas suelen aparecer en nuestros
sueños cuando estamos cerca de tomar importantes decisiones, no te preocupes
porque suele augurar buenos frutos, es un símbolo de gran inteligencia y
sacrificio.”
No pude evitar sonreír al
leerlo. Ojalá acierten - pensé - por una
vez no estaría mal.
Bajé al salón, donde Verónica
estaba terminando de encender la chimenea.
-
Así se irá caldeando el ambiente – me dijo
sonriendo - Por cierto ¿Tienes hambre?
Sonreí y le contesté
-
Te invito a cenar en El Faristol
-
¿Conoces El Faristol? – me preguntó con expresión
perpleja
-
Un poco
Continuará....